25.7.07

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pimp Ojetes el paranoico muchimillonario, heredero de la multipampcional empresa informastrisca FistroSoft, obesionado con conspiraciones judeopasóticas entre el govierno (con V de Vendeta), los vampiros diurnos y la madre que parió a Paneque; ha desarrollado el sistema OJETES 3´14..., capaz de complicar jodidamente las aplicaciones más sencillas del ordenados, la lavadora y el consuelador más sosfisticado; ademas de poder emparanoyar al usuario con todo tipo de teorias conspiratorias bajo el logotipo "NOS VIJILAN POR TOAS PARTES"...
...vamos, que el sistema este ¡¡¡SE SAALEEEEEEE!!!...

Alex dijo...

Señor no se ría, no se ría de la bruja pampbería! XD

El trabajo de todos los días y los duendes con los que me toca convivir, a veces son un poco cabroncetes y juegan conmigo:
-Ahora funciona
-Ahora no funciona
Por lo general me llevo bastante bien con ellos, espero que no le cuenten todo lo que hago al Señor Google.

(-Ahora que no me oyen, son unos malditos y cualquier día les voy a quitar el cable por donde se alimentan- RISA DE MALO: HUAAAJAJA)

Natalia dijo...

Cuando pasaron dos semanas empecé a preocuparme. Se lo comenté a mi marido, pero, como de costumbre, me dijo que estaba exagerando y siguió viendo el partido de fútbol. Tres, cuatro semanas. Sin agua, ni comida. Que yo supiera. Pero debía de seguir vivo: le oía tecleando como de costumbre, con ese martilleo de teclas tan suyo, con esas paradas, marcha atrás y vuelta a comenzar. Quizás algún amigo entrara de incógnito por la ventana y le trajera alguna hamburguesa... Claro que eran diez pisos, no sé por dónde subiría. Recordaba perfectamente que me había dicho que tenía que empollar, que no le molestara. Pero eso había sido hace CUATRO semanas y la época de exámenes ya había terminado. Las piscinas estaban abiertas y sus amigos andaban todo el día tirados en el césped, siguiendo con la mirada a las chicas en bikini. A la quinta semana Jose acercó una oreja a la puerta y me dijo: seguro que está bien, se oye cómo teclea. Pero le noté intranquilo. Consultamos a un vecino que había estudiado tres años de veterinaria, por si a él se le podía ocurrir algo. Nos acompañó hasta la puerta de la habitación de Dani y le llamó por su nombre. El tecleo cesó durante unos instantes, que nos parecieron interminables, pero pronto recuperó su ritmo habitual, mucho más seguro que el de unas semanas atrás. Ya no retrocedía, corría hacia delante, letra tras letra, deslizándose por el teclado con una agilidad increíble. Nuestro vecino volvió a llamarle, pero esta vez sus dedos simplemente le ignoraron. Nos sugirió que abriéramos la puerta. Los tres metimos la cabeza en una habitación oscura iluminada tan sólo por el parpadeo de una pantalla de ordenador. El olor nauseabundo nos hizo retroceder un poco, pero tras recuperarnos, volvimos a sumergir nuestras cabezas en la oscuridad, esforzándonos por distinguir algo que nos diera una pista. Del chico no quedaba rastro. Había algo, pero eso no era Dani. Era un pequeño monstruo de once tentáculos con ojos saltones en sus extremos y una especie de cordón umbilical que le unía al ordenador. Algunos ojos, con los párpados cerrados, mamporreaban el teclado con una rapidez increible, otros escudriñaban la pantalla tratando de resolver un enigma. Un tercer grupo parecía discutir algún tema de interés vital para su empresa. Sólo uno de ellos nos miró malhumorado durante unos segundos, pero después volvió a fijar la vista en la pantalla, donde se sucedía una lista interminable de números, letras y simbolos extraños que escapaban a nuestra comprensión. El vecino bajó corriendo a por una cámara de fotos, porque no le hacía falta haber acabado la carrera para saber que se trataba de un especímen nuevo, la simbiosis perfecta entre un ordenador y un adolescente inadaptado. Cuando volvió a subir, se encontró con la puerta de casa cerrada a cal y canto. Nunca pudo conseguir que reconociéramos que lo que contaba de Dani era cierto. Dejó de insistir al cabo de los meses y acabó mudándose al centro. Al principio, por las noches, seguíamos oyendo el sonido del tecleo. Después olvidamos que existía. A veces, incluso se nos olvida que al fondo de la casa hay una habitación. O de que alguna vez tuviésemos un hijo.