17.12.05

zr grr

7 comentarios:

Anónimo dijo...

A mi parecer indica... Que el poder es abstracto.

Anónimo dijo...

Guerra era una pequeña bandera que nunca era izada, por lo que sentia sola y despreciada. Siempre estaba izada la pomposa bandera blanca ante la cual todos se cuadraban, la amaban y la admiraban. Mientras que a ella la tenian tirada en el suelo, la odiaban, la escupian y la pisoteaban. Y no entendia por que, pues ella era muy buena y con muy buenos sentimientos.
Un día, en un arranque de desesperación, y aprovechando que la bandera blanca de la paz habia bajado un momento al servicio, la pequeña bandera subió a lo más alto del mastil, clamando, loca de alegria, ¡IZAR GUERRA!.
Y a lo tonto modorro comenzó la más estúpida y cruel de las guerras. Los poderosos, sedientos de más poder, aprovecharon la confusión para sacar sus armas nucleares y sus mutantes-soldados-tanques.
Hubo (y hay) muerte, crueldad y destrucción. Y la pequeña Guerra sufre en lo alto del mastil. Solo queria ser amada y respetada como la pomposa bandera blanca de la paz...

Anónimo dijo...

es bush haciendo de las suyas

Portman dijo...

Hey Pamp, soy el Dani (de villalba, el amigo de On, Julito,... si el del Cd del Cuervo) Estoy en casa de On y te he linkado porque acabo de descubrirte. A ver si me paso por aki y veo tu arte

Un besito wapo

Anónimo dijo...

Museo de Guerra de San Petersburgo. Hace algunos años un pacifista intentó colar una de sus obras para tomar el pelo a los rusos, pero éstos, que no tienen un pelo de tontos, tardaron apenas un par de horas en encontrar el cuadro, mandarlo al fondo del almacén y a su autor al calabozo. Desde la cárcel el pacifista nos explica que basándose en el estilo característico de "Érase una vez el Hombre..." trata de explicarnos el horror de la bandera al ver de lo que son capaces sus paisanos por un poco de petróleo. El demonio tanque aplasta un nuevo país e impone la ley marcial, hasta los árboles son aprisionados y vigilados día y noche por bandadas de pájaros asesinos. La bandera, que ha perdido hasta los colores, observa desde lo alto del mástil plantado allí por los invasores. Consciente e impotente porque es testigo involuntario de los hechos. El ciudadano de a pie, sin embargo, desinformado gracias a los telediarios, es más bien inconsciente, concluye el pacifista.

Anónimo dijo...

HIROSHIMA!

El día 5 de agosto de 1945, en la base de Tiniaii, una isla de las Marianas a 200 km. de Guam, una tripulación de B-29 -la famosa superfortaleza volante»- integrante del 509." Grupo Mixto y preparada desde muchos meses antes en la base secreta de Wendover, en Utah, para una misión especialísima, esperaba llena de ansiedad la llegada de una orden. El entrenamiento había sido durísimo y realizado en el más absoluto aislamiento. La tripulación la encabezaba el coronel Paul Tibbets, veterano jefe de grupo de B-17 con múltiples misiones en Europa y el norte de Africa y que había sido elegido por sus excepcionales cualidades técnicas y personales.

La acción más espectacular y destructiva en la que participaron los B-29 fue el bombardeo realizado en la ,noche del 9 al 10 de marzo de 1945, Por 279 aparatos de este tipo sobre: Tokio. En una sola noche, las superfortalezas destruyeron casi 25 kilómetros cuadrados del centro de la capital japonesas arrasaron el 25 % de los edificios de la: ciudad.

Según los datos más fiables, el número de víctimas sacrificadas en Hiroshima fue de 130.000, de las que 80.000 murieron. Unos 48.000 edificios fueron destruidos completamente y 176.000 personas quedaron sin hogar

Al día siguiente del bombardeo, un testigo presencial que recorrió la ciudad explicó el espeluznante panorama de desolación que constituía la visión de una población arrasada, sembrada de restos humanos que estaban en espantosa fase de descomposición, entre un olor nauseabundo a carne quemada. Una zona de 12 kilómetros cuadrados, en los que la densidad de población era de 13.500 habitantes por kilómetro cuadrado, había sido devastada. La llegada de un grupo de científicos confirmó que el explosivo lanzado era una bomba de uranio. La energía atómica había entrado en la historia por la puerta del holocausto.

Anónimo dijo...

Una explosión de 20 kilotones

La bomba lanzada en Hiroshima tenía una potencia equivalente a 20 kilotones, es decir, a veinte veces la explosión de mil toneladas de TNT. Los efectos mortales de esta bomba podían proceder de tres causas distintas: la acción mecánica de la onda expansivo, la temperatura desencadenada y la radiactividad.

El calor generado por la energía liberada se elevó a temperaturas capaces de fundir la arcilla, alcanzando decenas de miles de grados. Este colosal desprendimiento provocó una columna de aire huracanado y a continuación, para llenar el descomunal vacío, se produjo otra onda en sentido contrario cuya velocidad superó los 1.500 kilómetros por hora. El terrible soplo produjo presiones de hasta 10 toneladas por metro cuadrado.

El detalle de estos efectos sobre la ciudad llega a lo indescriptible: trenes

enfermedades derivadas de la hecatombe nuclear.

que vuelcan como golpeados por un gigante, tranvías que vuelan con una carga de cadáveres hechos pavesas, automóviles que se derriten, edificios que se desintegran y se convierten en polvo incandescente, manzanas de viviendas que desaparecen por un ciclón de fuego.

Toda una zona de 2 km. de radio se transformó en un crisol, que la dejó arrasada como si un fuego infernal y un viento cósmico se hubieran asociado apocalípticamente. Y en kilómetros a la redonda, incendios y más incendios atizados dramáticamente por un vendaval de muerte. Por los restos de lo que fueron calles, empezaron a verse supervivientes desollados, con la piel a tiras, unos desnudos, otros con la ropa hecha jirones. Los que murieron en el acto, sorprendidos en el punto de la explosión, se volatilizaron sin dejar rastro. Tan sólo alguno, situado junto a un muro que resistió la onda expansiva, dejó una huella en la pared, una silueta difuminada de apariencia humana, como una sombra fantasmagórica, que fue en lo que vino a quedar el inmolado. Otros se vieron lanzados, arrastrados por un rebufo arrollador, y se encontraron volando por el aire, como peleles de una falla sacudida por un vendaval. Alguno fue a parar milagrosamente a la copa de un árbol, a muchos metros de distancia de su lugar de arranque.

En los alrededores de] punto cero, todo quedó carbonizado. A 800 metros, ardían las ropas. A dos kilómetros, ardían también los árboles, los matorrales, los postes de¡ tendido eléctrico, cualquier objeto combustible. Tal era la fuerza del contagio ígneo.

El sol de la muerte

Pero quedaba el tercer y más traicionero efecto: el «sol de la muerte», como llamaron los japoneses al efecto radiactivo que provocó la acción de los rayos gamma, delta y alfa. Las personas, según su cercanía al punto de caída de la bomba atómica, aparecían llagados, llenos de terribles ampollas. Todos los supervivientes, en un radio de 1 km a partir del epicentro, murieron posteriormente de resultas de las radiaciones. Los muertos por estos insidiosos efectos lo fueron a millares y se fueron escalonando a lo largo del tiempo, según el grado de su contaminación. Veinte años después de la explosión, seguían muriendo personas a consecuencia de los efectos radiactivos.

Junto a los millares de muertos instantáneamente y de los que con posterioridad fallecieron de resultas de las quemaduras o de la radiación, se registraron hechos singulares. Por ejemplo, algunos habitantes se salvaron por haberles sorprendido los efectos de la explosión con vestimenta clara; en cambio, los que vestían de oscuro murieron rápidamente, por la capacidad del color negro de absorber el calor. Esta misma capacidad de absorción de las ondas calóricas por los cuerpos opacos ocasionó otro sorprendente fenómeno: la fotografía atómica. Hombres desintegrados, así como objetos diversos, dejaron su sombra grabada sobre los muros de las paredes en cuya cercanía se encontraban en el momento de la explosión, como hemos mencionado antes. La onda calórica siguió exactamente los contornos de una silueta y la grabó, para siempre, sobre la piedra.